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Jasmine

Publicado: 2014-02-12


Escribe: Raúl Lizarzaburu

Desde principios de los años ochenta, Woody Allen no ha dejado de entregarnos una película anual, en todas en sus facetas habituales de director y guionista y en parte de ellas también como actor. Obviamente en ese lapso, así como ha habido verdaderas obras maestras (Hannah y sus hermanas, Crímenes y pecados), también se ha notado cierto agotamiento en la última década, aunque de vez en cuando nos sorprende con títulos realmente buenos como Match Point o Medianoche en París, que le diera el Oscar a mejor guión no hace mucho. Justamente en este lote se inscribe Jasmine (Blue Jasmine, 2013), lo último de la cosecha del infatigable cineasta neoyorquino hasta hoy.

Allen dirige y escribe, no actúa, y el filme se inicia en un vuelo que podría parecer el comienzo de una serie de gags, pero no lo es: una vieja quejándose de que una desconocida, que viene a ser la mujer del título (Cate Blanchett), se la ha pasado hablándole durante todo el viaje. Entonces conocemos las desdichas de la protagonista. Primero tuvo una vida de lujos que le daba su marido, que había resultado, además de infiel, tremendo desfalcador (Alec Baldwin): gracias a él ella gozó de viajes por todo el mundo, abrigos de visón, carteras Vuitton y perfumes Chanel, para luego quedarse sin un dólar. Se ve obligada a mudarse del corazón de Nueva York, donde alternaba en fiestas con socialités, a un barrio marginal de San Francisco, alojada en la casa de su hermana (Sally Hawkins, la actriz inglesa de La felicidad trae suerte), que es cajera en un supermercado y tiene como pareja a un mecánico (Bobby Canavale). Y el contraste será duro para ella, que se refugia bebiendo ingentes cantidades de alcohol y pastillas. Trata de sobrevivir trabajando como recepcionista de un dentista y conociendo a otros hombres pero le será difícil, a medida que van en aumento sus neurosis: una escena notable es cuando sale con un diplomático viudo (Peter Sarsgaard) y se encuentra con su ex cuñado (Andrew Dice Clay). La narración va acompañada de algunos saltos al pasado que arrojan luces sobre los caminos que llevaron a Jasmine a donde está. El final es de antología.

Cuando Allen no integra el reparto, así como emplea actores y los convierte en una versión suya, también ya había demostrado su maestría en explorar el universo femenino (Hannah y sus hermanas, La otra mujer, Melinda y Melinda son algunos ejemplos) y este filme no es la excepción, ayudado por una Blanchett (que físicamente nos recuerda por momentos a Monica Vitti, en otros a Gena Rowlands) que siempre da la nota justa y sobre quien recae el peso del filme, tanto en lo dramático –con reminiscencias de la Blanche DuBois de Un tranvía llamado deseo, que Cate interpretó en teatro– como en sus dosis de humor negro.

Como se ve, a sus 78 años, el genio de Allen permanece incólume. Y no deja de hacer su película anual: a mediados de este año debe estrenar Magic in the Moonlight, con Emma Stone, Colin Firth y Marcia Gay Harden. Habrá que esperarla.


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