“Guacamaya Love y el son de los mojados”, un libro que incendia la pradera
El conjunto de relatos de Álvaro Ique Ramírez, reeditado por la Editorial Mesa Redonda tras siete años de su aparición, es una propuesta narrativa que desafía los límites del lenguaje
Por: Stefanno Placencia
Más que huir de un país, el escritor que se autoexilia huye del ruido: del idioma domesticado, de las patrias literarias que asfixian, del espejo donde todos se reconocen iguales. Desde esa distancia —a veces geográfica, otras interior—, la escritura se convierte en una forma de extranjería permanente. En ella no se busca regresar, sino reinventar el lugar que se transcurrió desde donde se mira. Así escribieron Julio Cortázar desde París (inventó el glíglico, que tiene huellas tanto del francés como del español rioplatense), Juan Goytisolo desde Marrakech (dominó el dariya, el dialecto marroquí, y la oralidad magreb), Samuel Beckett en su francés elegido (lengua que redujo a su mínima expresión) o Roberto Bolaño, errante entre México, Chile y España (mezcló registros de esos países sin fidelidad a ninguno). En todos ellos, el exilio, lejos de ser una pérdida, se vuelve un territorio estético: la única manera de escribir con reverente imaginación, sin seguir un patrón.
En “Guacamaya Love y el son de los mojados” (Editorial Mesa Redonda), conjunto de quince relatos de Álvaro Ique Ramírez, el autoexilio no es una fuga melancólica ni una nostalgia por la patria perdida, sino una forma de resistencia. Los personajes —migrantes, navegantes, sicarios, pandilleros, lacras y bagres del barrio, putas, desarraigados, autores bohemios, perros callejeros, homosexuales, es decir, cuerpos en tránsito— reinventan su identidad entre fronteras, lenguas y músicas. El desplazamiento deja de ser castigo para volverse una estética: escribir, cantar o amar desde el borde. En esa zona mutable, donde el cuerpo se vuelve mapa, el libro revela que el autoexilio puede ser también un modo de existir con dignidad y deseo en medio de la intemperie.
El libro es atravesado por temas como la marginalidad, el deseo, la violencia y la identidad en fuga. Sus relatos exploran los márgenes urbanos —el puerto, la calle, el espacio del sobreviviente— donde los cuerpos buscan amor, libertad o sentido en medio de la precariedad. El erotismo, lejos de ser una simple expresión del placer, se vuelve una forma de resistencia frente a las jerarquías del poder y del lenguaje. La música —el “son de los mojados”, el ritmo de los desplazados— atraviesa toda la obra como una metáfora del tránsito y la mezcla cultural. También la lengua se vuelve tema: un idioma en permanente descomposición, donde el castellano convive con modismos amazónicos, “spanglish” y giros populares, reflejando la hibridez de quienes habitan entre mundos. En ese cruce de violencia, pasión y palabra, Ique Ramírez construye una escritura que celebra la vida desde el desarraigo y convierte la exclusión en energía poética, a la vez que maligna («La poesía de por sí es maligna: proviene del hombre»).
Un elemento que merece resaltarse es la oralidad múltiple, festiva y perspicaz, con la que se nombra lo que los discursos oficiales no alcanzan a contemplar o prefieren ignorar, como si existiera un mandamiento implícito del silencio. Así recupera la memoria colectiva de su nostálgica ciudad natal y sus habitantes («Iquitos fue la prehistoria», «La hermosura y la sensualidad de la mujer iquiteña»), rompe con el lenguaje culto («Y es de parar las orejas cuando los “dark brown” sin ninguna culpa despedazan el español con una forma rara de hablar que le llaman “spanglish”), representa voces marginadas («Paucarino con Matte en sus brazos, sollozando, pidió vendas y un médico veterinario para el pequeño y agua para sus amigos») y cuestiona la historia que han escrito —manipulado— los vencedores y sus aliados («Esta guerra debiera conocerse como “La infamia de los mancomunados ingleses y chilenos, la guerra de las penurias y la mierda guanera”, y no como “La guerra del Pacífico”. Dejémonos de mentiras y falsos pudores. Rompamos con el disco rayado de la falsía histórica»).
Otra técnica que enriquece la obra es el monólogo interior, que rompe en ciertos pasajes la linealidad del relato, permitiendo que aflore la conciencia fragmentada o caótica del personaje, como ocurre en “El premio”, de visos históricos (la guerra de las Malvinas) y edípicos (un niño que odia a su padre y mira a su madre «con mañana y detenimiento, lo que se llama “con otros ojos”»). Los puntos de vista, las acciones, los diálogos y las remembranzas constituyen escenas de diversos tipos de violencia, tal como lo anota el escritor Cronwell Jara en el prólogo de la primera edición. Es una violencia seductora no solo por el tono poético de la prosa, sino por el malestar existencial al que se le inserta la psicología de la marginalidad. Así el autor replantea los enfoques con los que se aborda la identidad de género, el sentimiento de pertenencia y los mecanismos de adaptación que los esquemas literarios tradicionales solo han enumerado sin hacer suya la denuncia.
Las dedicatorias y los epígrafes suponen la musicalidad, el ritmo y las referencias artísticas que aderezan el cuentario, que tiene como hilos conductores el desplazamiento (físico, identitario, sexual, lingüístico) y la búsqueda de pertenencia en medio del tránsito. También destacan la ductilidad de los textos, que se vuelven un diario personal (“El diario de una chiquilla amoscada, respondona y desvergonzada”), una carta (“Ultimátum a Julieta Venegas, la última virgen de Tijuana”), un microrrelato (“El palacio vacío”), un conjunto de anotaciones semejante a los aforismos (“Fragmentación”) o un cuento largo, con más de cuarenta páginas, que es el que da el título al libro.
Más que contar historias lineales, Álvaro Ique Ramírez, un escritor degenerado (sin género), explora el poder del lenguaje como punto de conflicto, donde deseo, cuerpo y palabra se enfrentan hasta agotar sus límites. Desde una sensibilidad amazónica, pero con una escritura más interesada en descomponer el lenguaje y las jerarquías literarias que en representar un territorio de forma completa, “Guacamaya Love y el son de los mojados” se convierte en una obra que rompe los márgenes del género —literario y social— y propone una literatura que se contamina, se desborda y se reinventa en cada página. Su autor se ha declarado enemigo de los moldes literarios cuando busca la reivindicación del lenguaje marginal y de los sujetos al margen de la sociedad. Que siga esa veta. Ese sería el ultimátum de sus lectores.
Escrito por
Espacio de arte, cultura y actualidad
Publicado en
Magazine digital de cultura y actualidad